domingo, 23 de marzo de 2014

Vibraciones de felicidad

¡Ah, la música!
Esa suave caricia del alma que en las noches aciagas me envuelve con su arrullo cual niño al escuchar su nana.
¡Ah, la música!
Contigo siento como vibra todo mi ser, siento como la alegría vuelve a florecer desde lo más profundo, desbordándome.
¡Oh, sí, la música!

Cómplice entrañable de solitarios corazones, de seres especiales que no se contentan con la aparente calma de la monotonía. De incurables trasnochadores, de los más madrugadores y hasta de los insomnes, o de quien simplemente se complace en escuchar. Enamorados de la vida, alejados de sórdidas pasiones por un instante fugaz de felicidad ante tu mágica presencia.
¡Ah, la música!
Apasionados, atribulados, en constante pesar o en la incansable lucha diaria de la supervivencia, desde el simple despertar hasta el reposar sobre la almohada, quisiera ofrecerte una canción, una melodía, unas estrofas que pudieran mostrar cuánto aprecio mi estadía por tus bellos parajes de ensueño. Mas nada de lo que escriba, nada de lo que esta turbada mente pudiera esbozar bastaría siquiera como simple homilía, quizás una simple oda más en tu memoria.
¡Ah, música!
Tu eres el espejo de nuestras almas, ese mágico puente que puede conectarnos con aquello que no está, que ya no es y sin embargo por majestuosa intercesión se presenta cuando la invocamos, cual sagrado ritual, en el simple acto de inundar nuestro espacio con tus vibraciones.
¡Oh, sí, la música!
Ahí se me aparecen todos juntos, como todas las musas posibles y más, los héroes de tu historia, de la mía, y salen a través de mí, como un espíritu pugnando por volver a la vida. Nos rodean, nos abrazan, nos atraviesan como en una caprichoza y alocada danza, reuniéndonos por un instante como si fuéramos un solo ser exultante de alegría y vitalidad, dotado por un breve instante del anhelado elixir de la juventud. Sí, eso es, vamos a cantar, a tocar, a danzar, a disfrutar de este momento tan fugaz, tan eterno.
¡Oh, sí, música!
El tiempo pasa y te siento cada vez más necesaria, como la llama que enciende esta luz, el alimento que nutre mi alma, la que despierta la algarabía y el frenesí, la que me concede el sosiego y la calma, y aunque pareciera que me olvide de tí, sabes que estás dentro mío pugnando por salir.
¡Ah, la música!
Tu me conectas con todo lo que existe y más allá, por eso muchos creen que le perteneces a un dios o algún ser celestial, pero tu y yo sabemos que no es así, tu eres tan nuestra como de los pájaros, del viento, de las caracolas y del mar, de las hojas, de la lluvia y de todo lo que pueda vibrar.
¡Ah, música!
Si pudiera contarles a todos sobre tí, todo lo que logras y no sabemos ver, si lograras sus puertas más íntimas abrir, ¡cuánta dicha brotaría de ellos, cuánto placer!
¡Oh, sí, la música!
Esa inquietante compañera, testigo privilegiado de todo lo que nos pasa, por dentro y por fuera. Tu eres nuestra casa, nuestro hogar, el refugio de nuestra alma.
Quisiera llevarte por todos los rincones del planeta, pero tú ya estás ahí antes que nadie, esperándonos con la puerta abierta, "bienvenidos, por favor, pasen".
"Bienvenidos a la fiesta" nos parece decir al llegar. Nos recibe con la mesa servida, nos invita a su gran banquete, siempre nos da que hablar.
¡Ah, la música!
Yo la quiero como a mi vida, como una dulce oportunidad. Yo la amé enseguida, profundamente, y ella no se hizo desear. Está siempre conmigo, es mi felicidad.
Vibra, vibra, vibra conmigo; suena, suena suena una vez más. Dame tu melodía que yo te doy mi alegría, dame tu magia y llevate toda mi nostalgia, dame tu inspiración y te devuelvo una canción, dame tu sonido que te dare el mío, dame tu esencia y llevate toda la ausencia, dame todo tu color y te regalaré mi corazón.

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